Cuando era una niña, mis tíos siempre me tildaron de malcriada, mis primas temían jugar conmigo porque mis pucheros les arrebataban sus juguetes y mi abuelita jamás pudo resistirse ante mis solicitudes de pollo con tajadas como menú diario.
Siendo hija de padres divorciados, manipular me salía naturalmente y obtener más de lo que en realidad quería era tarea sencilla... Así me convertí en una infante acostumbrada a tener todo, que luego se tornó adolescente caprichosa, novia exigente y amiga egoísta. Claro, en general he sido buena persona y súper entregada a aquellos que saben manejar mis berrinches, pero en las situaciones donde aparecía un NO, mis actitudes siempre dejaron claro que el Sí era la única respuesta correcta.
Me hice adulta, maduré, asumí responsabilidades y de a poco, fui descubriendo mi lugar en el mundo... Un lugar donde los Sí son la base y los No suelen convertirse en respuestas afirmativas más temprano que tarde. El mismo lugar donde las personas son aisladas hasta que complacen mis deseos, cuando comprenden que hacer las cosas a mi modo hará del mundo (su mundo) un lugar mejor y más feliz.
Sigo haciendo berrinches pero, en vez de tirarme al piso y patalear gritando, me miro fijamente al espejo y repaso mi discurso una y otra vez, hasta que logro convencerme a mí misma de que en realidad quiero "eso" (algo o alguien, al final es la misma cosa) aunque al final, termine preguntándome, ante el mismo espejo, en qué estaba pensando.
"Es mejor no tener algo que quieres,
que tener algo que no quieres".