Me acuerdo claramente del día en que mi mamá me obligó a mudarme de la ciudad que me vio nacer. Era agosto de 1989, apenas Caracas se recuperaba de ese febrero nefasto, doloroso, terrorífico, pero para mi mamá no había retorno...Después de haber enfrentado muy de cerca la posibilidad de integrar es larga lista de desaparecidos, la decisión era una sola y era irreversible: nos mudábamos a Cabudare, al pueblo.
Para mí, fue como arrancarme de raíz de la macetita donde crecí, perdí las ganas de seguir adelante con mis actividades artísticas, perdí las ganas de hacer amigos, perdí la alegría de estar todos los días con mis abuelitas, perdí mi Ávila, mi metro y hasta mi Río Güaire, porque aunque sucio, era mío.
Llegué a un lugar que no tenía ni teatros, ni cines grandes, su parque del este estaba amarillo y seco, su equipo de béisbol era hostil con el mío...Qué lejos estaba de todo lo que me había hecho feliz, que breves las vacaciones en que podía volver y trataba de disfrutar desde el primer hasta el último día, antes de volver a esa casi-ciudad que ni era mía ni se molestaba en disimularlo.
Pero los años pasaron, crecí y pude independizarme, encontré un trabajo y empecé mi nueva vida, en Caracas. Mi refugio, mi caos, mi lugar feliz, mi locura perfecta. Cada parque, cada teatro, cada feria, cada centro comercial, cada camionetica y cada parada, todo era mío, era mi mundo.
Cada mañana me bebía el Ávila en pleno desde la ventana de mi cuarto, tomaba el metro cuando me convenía y, cuando no, siempre la camionetica Petare - Carmelitas era útil. Caminar entre los buhoneros, la música pachangosa, los libreros informales de las Fuerzas Armadas y las tiendas de ropa infantil que me vistieron en el pasado, pasar por la panadería, saludar a los vecinos de la zona y llegar a casa, esa era mi rutina feliz...
Y cambiaste Caracas, primero de manera sutil, un atraco, un susto, un comentario trágico en la oficina. Luego te hiciste más tenebrosa, disparos a la mañana, mi primer cadáver en vivo, tener que pagar un taxi para ir a un médico que estaba a 6 cuadras, subirme a dos camioneticas porque caminar hasta la casa se ponía peligroso.
Un día dejaste de parecerme ese refugio feliz, Caracas, cuando salí a trabajar y, esperando que cambiara el semáforo, me quitaron hasta el espejito de mano. Eran las 7:30 de la mañana y había 8 personas más a mi alrededor, pero tú dejaste de cuidarme a mí, a esa caraqueña que te defendió cada día de su vida.
Así me fui, Caracas, me alejé de ti para proteger mi vida...Y te vengaste robándome la tranquilidad a distancia, mandándome miedo a través de las noticias en internet, de las que emiten en la tv argentina, de los cuentos de mis amigos. Hoy me jugaste sucio al meterte con mi mamá, al hacerme pensar en las múltiples cosas malas que podían pasarle al visitarte...¡Muy mal, Caracas, porque mi mamá es sagrada!
Ya no te quiero como antes, ni confío en ti, ni te extraño, ni te defiendo...No volverás a ser ese refugio, ese lugar mágico, garantía de felicidad, porque amenazas mi paz, porque temo por la seguridad de los que amo y que dejé allá porque no me cabían en la maleta. No esperaba eso de ti, Caracas, y no sé si pueda perdonarte, pero por favor, te pido que respetes la integridad de mis amores, que alejes tu violencia, tu agresividad y tu peligro de ellos, porque no es justo que ni ellos ni yo vivamos con miedo...
Y ojalá un día pueda dejar esto atrás y regresar a tu valle, a hundirme en tu Ávila majestuoso, a tirarme en el parque del este a leer y ver perezas cayendo de los árboles, a sentarme a beber en El León, a pasear por el boulevard de Sabana Grande y comer pizzas en el Royal, a meterme en los museos a divertirme, aunque no aprenda nada. Cuando recuerde sólo eso, y no el miedo que te tengo, volveré...Mientras tanto, por favor, ¡con los míos no te metas!