Una cosa en sentirse en casa y otra muy, muy diferente es estar en casa. Nunca quise ver la diferencia, pero esta semana dos hechos altamente desagradables me han obligado a enfrentar esa realidad: este no es mi país, no pertenezco a este lugar.
Dejo en claro, por supuesto, que las dos personas involucradas en estos hechos son personajes de esos que uno llamaría "bajos" en la cadena alimenticia, los eslabones menos favorecidos, pues. De este modo, no reprocho a la sociedad argentina en general, sino a estos sujetos que tienen una visión bastante limitada de lo que es el mundo.
No usaré la palabra "globalizado" porque es muy probable que
ni siquiera forme parte de su vocabulario.
El primero, taxista de madrugada, de esos que trabajan toda la noche transportando a quienes nos hemos divertido largas horas. A la hora de pagarle Ar$ 30 con 20 centavos, sacar las monedas me tomó más tiempo del que él hubiera deseado, seguramente porque está acostumbrado a llevarlas en el bolsillo, pero yo uso un monedero. Acto seguido me dice: "Si yo estuviera en tu país seguro no me dejan hacer eso, allá en Chile sí me obligan a pagar con centavos y todo".
Mi cara de ¿AH? no debe haber bastado porque siguió: "Como sos una chilena de mierda no pagás". Tuve que tragarme la risa porque me pareció de muy mal gusto el comentario, pero infinitamente gracioso que me confundiera con una chilena, e inmediatamente repliqué: "Ehm, disculpe pero¿ de dónde saca usted que yo soy chilena?".
Habría pagado por documentar esa cara con mi cámara!!!!! Y empezó a balbucear que igual, del país que fura, todos eran unos ladrones y nunca pagaban, que por eso este país se había ido al carajo, bla bla bla. Le dejé un billete de Ar$ 5 que a mí no me hacía falta pero, evidentemente a él sí, para comprarse un mapa y aprender dónde está el mundo real: ¡afuera!
Hoy a la mañana, me despierto para enterarme que anoche el portero de mi edificio se tropezó con Sebastián y, después de un breve intercambio de palabras, el sujeto se sorprende al darse cuenta de que él es argentino. En consecuencia, hace la pregunta más brillante de la historia de los porteros: "Y, entonces, ¿qué hacés con una extranjera?"
Es una pena que no me haya preguntado a mi, porque yo habría sido bastante elocuente: soy solidaria, trabajadora, buena compañera, honesta, tengo un sentido del humor universal, cero histérica, poco superficial, con una visión de mundo bastante amplia y...claro, un polvo excepcionalmente bueno!!!
Si en 15 años, no encontró una mujer lo suficientemente buena acá, y ahora quiere casarse con una venezolana por algo será...
Conclusión, esos seres grises y miserables, que no conocen el mundo más allá de su taxi o los pasillos que limpian, esos que odian sacarle la basura a colombianos, dominicanos, senegaleses o venezolanos, o los que mueren de envidia porque nos dejan en la puerta de boliches, bares o restaurantes para luego continuar con sus jornadas de trabajo insatisfactorias, independientemente de la nacionalidad que tengan, jamás van a poder reconocer el esfuerzo, la paciencia y el coraje que implica irse a otro país a empezar desde cero.
La ignorancia, el resentimiento y la miseria, definitivamente,
no necesitan pasaporte ni respetan fronteras.