jueves, julio 12, 2007

Los milagros sí existen.

Jueves 5 de julio.
11:15 a.m.
Cuarto de Diana.
Caracas.

Me desperté con la sensación de que mi vida apestaba, apenas el día anterior me quedé sin trabajo, claro que no con tristeza, porque la loca de mi jefa la verdad me tenía más con ganas de salir corriendo que de respetar a mis superiores (difícil lección, jajaja)

Llamé a una profesora de mi hermano para pedirle, rogarle, suplicarle, que tomara unas fotos del juego Argentina-Paraguay, que tendría lugar ese mismo día en Barquisimeto y al cual yo no asistiría porque las “responsabilidades” ahora inexistentes me lo habían impedido.

Ella contesta el mensaje con un “no se va a poder, mi esposo está enfermo y no va al juego. Estamos vendiendo la entrada” Oh my GOD!!!!!!! Están vendiendo la entrada a un precio poco razonable pero yo tampoco soy razonable, están vendiendo la entrada y el juego es en la ciudad donde vive mi mamá, están vendiendo la entrada y yo no tengo excusas que justifiquen mi ausencia en el juego… Están vendiendo la entrada y yo voy!

Llamé un taxi (que costó lo mismo que la entrada revendida) y arrancamos a Bqto. Con un diluvio universal que no lograba diluir mi emoción y un accidente en la vía, el primero de varios que, aun cuando retrasaron un poco mi llegada, no implicaron grandes cambios en mis planes. 4 horas bastaron para arribar a la única ciudad que nunca me gustó y ahora me reservaba un asiento VIP para el juego de mi vida.

Recogí mi entrada en Yaritagua, seguí de largo hasta Cabudare y a las 6:35 p.m. estaba montada en el autobús que me dejaría frente al Estadio Metropolitano de Barquisimeto. Espectacular! No hay otra palabra, pues aún sin terminar se ve increíble, o es que mi ignorancia en cuanto a estadios en el mundo me hace verlo especial.

Lo disfrute de principio a fin, conocí a unos chicos adorables, que tomaron fotos y videos para mi, que me prestaron unos binoculares con los que perseguí a Pablo “El Payasito” Aimar hasta que el mareo me obligó a dejarlos.

Fui feliz, tan feliz que olvidé comer y desayuné a la 1:15 a.m. del día siguiente, tan feliz que preferí ignorar el hecho de que el gasto fue como el choque del Titanic contra el iceberg “un golpecito ahí vale, eso no nos hunde” jajaja. Fui tan feliz que el sábado siguiente los vi en el Hotel Trinitarias Suites… Tan feliz que el domingo volví a ir al juego, volvía gritar, aplaudir, llorar, insultar, blasfemar, celebrar y sentir que, definitivamente en mi vida, los milagros existen.

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